El rasgo fundamental de nuestra relación ha sido siempre la distancia, decorada con la cordialidad rutinaria que nos debemos mutuamente. Permitiéndome ser honesto, me siento ajeno a ti, paralelo en muchos sentidos de mi desarrollo como individuo, desacreditándote de los honores principales, reconociendo tu valor como factor inevitable.
Sin embargo, la ceguera por mis convicciones impulsadas por un resentimiento que se siente ya de antaño, me había impedido ver que es lo que atraviesa desde ti hacia mí, algo que resulta ser, curiosamente, una de mis más profundas cualidades. La verdadera herencia que me dejas transmitióseme silenciosamente, a través de la sangre probablemente, o de la contemplación.
Vi nuestra conexión en una instancia tan casual que resaltarla resultaría ridículo. Epifánicamente, me vi reflejado en ti, te vi siendo yo por más de un instante, de la forma más sincera e inintencional que me podría haber imaginado.
La capacidad de traspasar los gruesos marcos dimensionales que nuestros sentidos dictan para nosotros con egoísmo, y más allá de ellos ser capaz de admirar la naturaleza de lo exótico, admitiendo su belleza y su verdad, es tu legado. He sido, desde siempre, un desentendido de los códigos que nos envuelven, porque he vislumbrado más allá.
Lo que tú me has dado, lo valoro de manera inefable. Un don que eventualmente se tornará una maldición, la médula de mi existencia como persona, la raíz de lo que los demás perciben, te lo debo. Pero no sé si deba agradecértelo o no: mi vida es mera coincidencia, así como la parte de tu alma que me tocó cargar, una serie de eventos biológicos que sólo ocurrieron y ahora me permiten ser. Pero es por ti, indiscutiblemente.
Trasciende conmigo más allá de las últimas sombras, reunámonos allá donde quizás nunca nos encontremos.